domingo, 20 de febrero de 2011

Géneros periodísticos

Esta diapositiva elaborada por Stephanie Falla es un interesante aporte para conocer otra visión general sobre los géneros periodísticos, en particular la noticia y la entrevista.

La entrevista, un género y un insumo

El arte de conversar para informar



Así, con esta sugestiva frase, se quiere enfatizar en un acto comunicativo elemental y de gran trascendencia para la información: la entrevista, ese momento que propone conversar con un propósito expreso. Arte, esa es la palabra que llega a la mente de todo comunicador cuando piensa en la entrevista. Pero, de manera por demás paradójica, ese arte se extravía en los laberintos de la cotidianidad de las falsas prioridades del quehacer periodístico.

En ese sentido es bien confirmatoria la frase de Julio del Río Reynaga, un teórico de los géneros informativos, quien califica a la entrevista como el “arte de conversar para informar”. Pero surgen otros ámbitos, más profundos y enriquecedores, que superan la simple esfera de la información. La entrevista divierte, emociona, crea complejas relaciones empáticas o antipáticas con el personaje de que trata. Se puede afirmar, sin mayor resquicio de duda, que la entrevista es el alma de todo ejercicio periodístico: sin ella los informadores del mundo morirían de inanición y todo lo que se conociera no sería más que una suma de subjetividades producidas por individuos que presencian hechos. Por ello podría decirse que “la entrevista es la vida, pero sin momentos aburridos”, parodiando la frase de Hitchcock.

La entrevista, para no dar más largas, es la posibilidad de meterse en los entresijos de las personas, por ello se asimila a una disección psicológica fina y aséptica. No en balde es uno de los géneros interpretativos de mayor prestigio, seguido muy de cerca por el reportaje y la semblanza. Por todo esto resulta tan doloroso ser testigos diarios de la conversión de esta emperatriz del periodismo en una figuranta de poca monta, metamorfosis que en la premura del ejercicio cotidiano muchos informadores le han dado a este género y, por añadidura, a la profesión misma. Preguntar ha sido una prioridad para el hombre desde que existe como tal, pero la entrevista con su intencionalidad periodística se evidenció recién en el siglo 19, incluso en Colombia apenas hizo su aparición a principios del siglo pasado.

Hoy este género se emplea apenas como técnica, como un insumo más en la construcción de las noticias “bombardeadas” sin ton ni son por los medios masivos en su afán de ganar fáciles audiencias. Esta visión instrumental la convierte en un algo insignificante, un paso más en la cadena productiva de la construcción noticiosa, dejando de lado los matices y ricas posibilidades que a través de ella se pueden alcanzar. En este panorama cabe llamar la atención sobre la responsabilidad que compete a la Academia, formadora de los futuros comunicadores y periodistas, pues aunque en ella a cada momento se resalta la enorme valía de este género, poco se hace por restablecer su jerarquía, incluso se relega al interior de los contenidos formativos para convertirlo en un auxiliar en la enseñanza de la noticia, la crónica o el reportaje.

Pocos docentes dedican una atención especial y precisa a su enseñanza pues consideran que es transversal a la instrucción impartida en las diversas materias; esta aparente importancia que se le da a la entrevista en realidad diluye una sólida formación en el área pues se cumple a cabalidad aquella frase de que “está en todas partes y a la vez en ninguna”; como una diosa a la que todos se encomiendan, pero a la que nadie enciende una lámpara votiva. 

Pero no basta con lamentarse; algo debe hacerse para no echar al olvido altísimos parangones que en el pasado alcanzaron consumados entrevistadores como Oriana Fallaci, Truman Capote y Elena Poniatowska,  para tan sólo mencionar una tríada muy cercana a los latinoamericanos. Sobra por tanto la queja suplicante, pues de vez en cuando se ven producciones que procuran rescatar a la entrevista para darle el puesto que de por sí merece. Ejemplo de ello es el libro Diez palabras con Carlos Fuentes y otras entrevistas, escrito por Juan Carlos Pérez Salazar, un periodista pereirano de larga trayectoria en medios impresos del país y quien en la actualidad trabaja en el servicio en español de la BBC de Londres. Pérez, con el deseo de dar a conocer ejemplos de la entrevista literaria que antes se mencionaba, además de entrevistas que él mismo denomina como “de coyuntura”, recogió una variada  selección compuesta por nueve entrevistas, la mayoría de ellas realizadas para la BBC. En el libro desfilan personajes de la talla del mencionado Fuentes, Alfredo Bryce Echenique, Laura Esquivel, Mario Vargas Llosa, Noam Chomsky, Antonio Muñoz Molina, Ryzsard Kapuscinski, Tomás Eloy Martínez, para rematar en una muy sentida charla con Albalucía Ángel.

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Caimalito, a la espera de hechos


Fotografías propiedad de Abelgomo

domingo, 13 de febrero de 2011

Los gajes del oficio, según Kapuściński


Ryzsard Kapuściński, aclamado como el mejor periodista vivo del mundo, fue una de las voces más destacadas en esta rama profesional. Por ello, sus libros, que recopilan gran parte de la trayectoria como corresponsal de guerra en varios continentes, son leídos y analizados como códigos significativos para determinar patrones de comportamiento para quienes ejercen el periodismo.
Aunque muchos afirman que, más allá del periodismo, este autor polaco en realidad hizo literatura, libros como el que se analizan en este escrito son del todo pertinentes a la hora de delimitar patrones funcionales y operativos en el quehacer informativo.
En el texto Los cínicos no sirven para este oficio –una conversación con la escritora y periodista italiana María Nadotti- afloran diversas categorías/imaginarios que tratan de delimitar el ser periodista y el hacer periodismo; en realidad muchas no se hacen explícitas, pero se conjeturan fácilmente gracias a las respuestas ágiles y claras de este filósofo con título de historiador.

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Haciendo un recorrido lineal se halla en primer lugar la noción de “saber mimetizarse”. Aunque no necesariamente el orden en que se plantean las propuestas indica su importancia, sí es muy diciente la prioridad que otorga Kapuściński a esta categoría.
La mimesis es una necesidad en cualquier buen periodista, dice el escritor polaco, pues considera necesario un bajo perfil, una inserción social cuasi-natural en el contexto geográfico desde el cual se va a actuar.  Obedece, además, como se verá más adelante en otras categorías detectadas, a la necesidad de alejarse del poder y apostar por la cercanía con las voces de la gente del común, aquellos que en realidad hacen la noticia.
El camuflarse tiene varias intencionalidades. Una sustancial es corroborar aquello de que “Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida”, planteado en el libro Otro Día de Vida del mismo autor. Esta apuesta, que deriva a su vez de la escuela francesa de los Annales, de fuerte influencia en su ejercicio como historiador, permite la visión micro de las historias cotidianas. De manera contraria a la gran historia, Kapuściński se interesa más en las historias mínimas, las de cada día, las del ciudadano de a pie.
No es de extrañar esta decisión en el autor, pues buena parte de su vida se desarrolló dentro de la Polonia adscrita al comunismo gravitacional de la desaparecida URSS y bajo la influencia de sus ideas socialistas que, en Kapuściński derivó en una especie de utopía social, algo que se retomará en el análisis de otras categorías encontradas en Los cínicos no sirven para este oficio.

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El respeto por la gente humilde es una categoría ligada a la anterior, en el sentido de que Kapuściński estudia esta inmersión en las sociedades desde las cuales actúa valiéndose de un abordaje nacido en el respeto. No es un acercamiento simple al “objeto de estudio”, como lo haría un investigador rutinario. En este sentido, se hace evidente la influencia del método etnográfico de Malinowski. Aunque se asimila a un investigador de las sociedades, esta indagación se delimita dentro de la necesidad de hacer periodismo descartando cualquier objetividad, tanto que de hecho esta categoría se abordará más adelante. Pero esa cercanía tampoco le cubre los ojos como para no ver las fracturas que aquejan a los grupos sociales en los que se incluye.
Este hecho es primordial para su labor periodística, mucho más si se tiene en cuenta que gran parte de su reportería se realizó en países del denominado Tercer Mundo durante las décadas de la llamada Guerra Fría.
El respeto enfatizado por Kapuściński se da en un plano que trasciende la  conmiseración por el desvalido. En realidad señala la necesaria humanidad en el trato con los semejantes, un plano de igualdad entre personas que se encuentran en un momento y hacen de este la posibilidad de reconocerse como individuos. Bien lo dice el autor: “las malas personas no pueden ser buenos periodistas” (Kapuściński, 2003, p. 38).  También afirma que “trabajamos con la materia prima más valiosa: la gente“ y “la principal fuente de nuestro conocimiento periodístico son ‘los otros’” (Kapuściński, 2003, p. 37).
Quizás esta tesis se refuerce con la afirmación de Kapuściński contenida en el libro Los cinco sentidos del periodista (2002, p. 26), según la cual considera de manera categórica que él nunca ha realizado una entrevista ni sabe cómo hacerla, pues lo que siempre hizo fue conversar con la gente. Una afirmación de este tipo, para un periodista regido por la academia, es casi un sismo, pues desvirtúa la esencia misma de la recolección de la información.
De otra parte, es reafirmar la definición de la entrevista como “el arte de conversar para informar”, aportada por teóricos como Julio del Río Reynaga (1992), quien coincide en este punto con el periodista polaco.

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Derivada de la primera categoría analizada o, por lo menos, muy pareja a ella, nace la afirmación de que siempre se debe desconfiar de la verdad oficial (Kapuściński, 2003, p. 56). Aunque no ahonda en una conceptualización de verdad, sí proyecta esta categoría a otra que es bien difícil a la hora de hacer periodismo. Se trata de la independencia.
La misma formación académica y profesional en un país con limitaciones graves en la libertad de información, como lo era la Polonia comunista, dejaron huellas en la  posterior reflexión sobre el ejercicio profesional de Kapuściński. Aunque no se ahonda en los resortes internos que mueven a esta desconfianza, sí es evidente que en su labor como corresponsal de guerra, sobre todo en el largo periodo que permaneció en África, el periodista polaco se mantuvo al margen de las esferas del poder, las que apenas sí abordaba cuando urgía información de este tipo, lo que hace evidente en libros como El Sha, El Emperador o El Imperio. Figuras o momentos cimeros de la historia del mundo, representados respectivamente en el sha Rehza Pahlevi, el emperador Haile Selassie o tres diferentes momentos de la URSS y Rusia, atraen de manera evidente la atención de Kapuściński, pero no es el poder por sí mismo, son las vicisitudes que permean su ejercicio o, más aún, los estragos que causa en el pueblo la ambición desmedida de los gobernantes.
El poder, para el autor, es “desmesura”, tal como subtitula uno de sus clásicos reportajes (El Sha o la desmesura). Propone el poder como corruptibilidad y de allí la decisión de apartarse de su accionar, pues si no el daño causado podría ser irremediable. Incluso, ese hastío por las cosas del poder, impulsa más la cercanía por la gente del común, no como gesto mesiánico, mejor aún como necesidad de no extraviarse en los laberintos de gobernantes gestores de tantos males.

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La subjetividad es una apuesta muy en la línea del periodismo moderno. La supuesta objetividad nacida en las escuelas norteamericanas empezó a subvertirse con el llamado nuevo periodismo puesto en práctica por latinoamericanos como José Martí, Martín Luis Guzmán o el mismo Gustavo Otero Muñoz, que luego fue redecorada por norteamericanos como Gay Talese, Truman Capote o el mismo Tom Wolfe, en sincronía con una nueva generación de hispanoescribientes como García Márquez o Tomás Eloy Martínez (Hoyos, 2003, caps. 2, 5, 10 y 13).
Esta emergencia de la subjetividad –casi una necesidad para el periodista del siglo XX- se adosa de manera armónica a la necesidad mimética del reportero que tiene como “materia prima a la misma gente” (Kapuściński, 2003, p. 37). Lo particular es que entiende esta subjetividad como un momento previo a  la imparcialidad, que para él sí debe ser un valor de todo trabajo informativo.
Esta categoría evidencia –una vez más- la validación del periodista como ser humano que aborda temas pertinentes a otros seres humanos. No quiere distancias, tampoco las desea, pues ellas lo único que le aportarían sería una visión distorsionada, aséptica, de una realidad concreta que desde su formación humanística es por completo irreal. Para Kapuściński el periodismo es la ciencia del hombre, una ciencia integradora, en cuyo seno se aposentan por igual la filosofía, la antropología, la sociología, la historia, la psicología y todo aquello que deriva del existir humano.  
El hombre, eje de la experiencia periodística, razón de ser y destinatario de la misma, es reconocido como una entidad compleja pero asimismo posible de entender si se allanan distancias que superan lo físico y se extrapolan a lo sociológico, a la psiquis social que promueve distanciamientos en aras de mantener órdenes y jerarquías.
Kapuściński, en este sentido, es un subversivo. Y desea pregonarlo de una manera llana y sin aspavientos. Es una gentil hombre que bajo su ropaje tradicional de camisilla y chaleco mantiene viva la inconformidad juvenil nacida por habitar una nación esclava de los intereses no compartidos. La filosofía, opción primera de su vida académica, es una escapatoria a la materialidad para entrar en campos más espesos y difíciles de controlar: el alma y el cerebro humanos.

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Estudiar de manera constante es otra característica que permanece en el texto de Kapuściński (2003, p. 33). La continua preparación profesional se hace más exigente cuando quien la aborda es a la vez periodista y docente en esa misma área. Es abordar el conocimiento como un inmenso campo en el cual no existen tabiques separatorios. Para el periodista el saber es un todo único, es una aventura que fortalece su bagaje.
La necesidad de asimilar mucha información implica también una exigencia extra: todo el conocimiento es válido, sin importar su origen o proceso de ratificación. Esta especie de tolerancia intelectual permite que en el periodista el espíritu abierto sea complementario de una mentalidad para nada conservadurista. El periodista debe ser un adalid de las ideas renovadoras, un enjuiciador del conocimiento y comportamientos sociales considerados por siempre como inamovibles. Surge, en este comportamiento, el matiz cuasi subversivo del informador, una especie de demiurgo que a partir de la nada puede crear cosas nuevas.
La constante información que recibe el comunicador le abre un nuevo nicho como el Humanista del nuevo milenio. Ese atributo, en una época en que pensar y saber con amplitud se tornaron en oficio obsoletos, le da una categoría especial al verdadero periodista que se piensa más como un mediador de ideas que como un usuario de sofisticadas tecnologías, sin descartar esta aptitud que, en últimas, refuerza su posición como hombre del mundo, pero que no es su objetivo prioritario.
Estudiar al hombre es el objeto de todo estudio nacido a partir de él, es la sociedad antrópica la que delimita su razón de ser. Ese límite en realidad no es más que un convencionalismo, pues como ya se dijo, el periodista es un ambicioso conocedor de las sociedades.

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Pero si la formación académica y el conocimiento son pilares, mucho más lo son conceptos como la honestidad. Esta es una valoración a tener en cuenta cuando el autor expresa que “el periodista no debe pensar en enriquecerse” (p. 34). Hace la comparación con los viejos tiempos en los que hacer periodismo era casi una aventura, con mínimos recursos de todo tipo y una entrega absoluta al oficio. De manera por demás contrastante en la actualidad el periodista tiene como prioridad su beneficio económico, algo que nace a  partir de la apropiación de los grandes medios por parte de personas que sólo piensan en el lucro.
No es que el periodista haga votos de pobreza, en realidad su posibilidad de tener una vida holgada es la manifestación de una necesidad de cualquier ser humano. Lo que acusa el autor es que el bienestar económico es un complemento, no una imperiosa necesidad a la que se debe atender sin importar otros criterios.

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La exigencia personal (Kapuściński, 2003, p.32), propuesta como una entrega de 24 horas al oficio, deja traslucir una disciplina que apenas sí cabe denominar como espartana. El periodismo es el oficio de los corazones firmes y convencidos de su papel. No hay cabida para tibiezas, ni tan siquiera aquellas nacidas del corazón enamorado.
El periodismo, para Kapuściński, no es opción, es sacrificio. Es diluir el interés personal –de todo tipo- en aras de cumplir una misión muy íntima: “existir para los demás”, según las propias palabras del autor.
Es el “yo” que se borra en los “otros”, pues ellos son reflejo y esencia de lo que soy. En eso el autor es bien ejemplificante: su hija se crió viendo a su padre muy de año en año, de igual modo sus estadías en países alejados se prolongaron por décadas.
Basta recordar que la investigación para el libro El Imperio lo alejó de su país natal durante casi tres años para visitar en las más ignotas localidades de la URSS, eso cuando ya era uno de los más famosos periodistas del mundo y por tanto podía darse el lujo de tener amplia oficina propia con toda clase de facilidades.
Pero, contrario a lo que podría pensarse, el rigor promocionado y aplicado por Kapuściński lo hace más humano. Rompe las barreras del egoísmo porque cree en el Hombre, no como un gesto individual que proyecta su accionar en unos beneficiarios, mejor aún, como un hondo sentimiento de saberse participante de un destino común: pasajeros del mismo viaje.
Con esta característica Kapuściński denota que ser periodista requiere mucho más que un saber. Es algo que trasciende el conocimiento amplio de temas y habilidades comunicativas, importantes sí, pero que apenas son el capital que adorna las férreas columnas de la voluntad, la decisión y la disciplina.  Esas, en fin, sí son las competencias que el periodista polaco quiere transmitir: periodismo como vocación laica para un nuevo milenio.
En ese sentido la soledad se traduce como mayor aliada del verdadero periodista. El periodismo, en esta esfera, alcanza el hálito de lo sagrado.
    

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Cassany, D. (2002). La cocina de la escritura. Barcelona: Edit. Anagrama.
Hoyos, J. J. (2003). Escribiendo historias. El arte y el oficio de narrar en el periodismo. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia.
Kapuściński, R. (2003). Los cinco sentidos del periodista. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.
----------------. (2002). Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Barcelona: Anagrama.
Río Reynaga, J. del (1992). Teoría y práctica de los géneros periodísticos informativos. México D. F.: Editorial Diana.

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miércoles, 9 de febrero de 2011

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